En un gran bosque de bambú se desató un voraz incendio que formaba llamaradas increíbles, de una altura extraordinaria.
Cuenta la antigua leyenda que una avecilla pequeñita fue al río, mojó sus alas y regresó sobre el gran incendio, y las empezó a agitar para apagarlo, y sin desmayar volvía a ir una y otra vez, y los dioses, asombrados, la mandaron llamar y sumamente sorprendidos le dijeron:
“Oye, tontita, ¿porqué haces eso? ¿No te das cuenta que con esas gotitas nunca apagarás ese gigantesco incendio? ¡Pierdes tu tiempo miserablemente!
Y la ingenua avecilla, humildemente les contestó:
“¡Razón no les falta! Ahora bien, el bosque me ha dado todo cuanto soy, lo amo tanto, nací en él, el bosque es mi vida, de él he aprendido cuanto contiene la naturaleza. Aquí surge mi origen, este es mi hogar, y me moriré lanzando gotitas de amor, aunque no pueda apagar el fuego”.
Los dioses entendieron a la perfección lo que la pequeña ave estaba haciendo, y dispuestos a luchar junto a ella, la ayudaron a apagar el incendio.
Un grave peligro nos acecha a todos, y es que queremos hacer grandes cosas, pero no somos capaces de dar el frente a las cosas pequeñas.
Afirma el Padre Fernando Pascual que con facilidad diseñamos estrategias para mejorar el mundo, extirpar las injusticias, aliviar los dolores, eliminar el hambre, curar el cáncer, y muchísimas otras cosas dignas del mayor encomio.
Soñamos –repito, soñamos—muchas cosas buenas. Y luego, en el diario vivir, no somos capaces de coger la escoba y barrer la casa, fregar los platos, llamar por teléfono a la tía enferma o al amigo falto de cariño. ¡Claro que valen la pena los esfuerzos que hacemos participando en los grandes proyectos! El problema radica en que olvidamos que la misma criatura más perfecta, creada por Dios, tiene su origen en la unión de un espermatozoide y un óvulo, invisibles a simple vista. Y que el espermatozoide requiere de un esfuerzo, un trabajo, para penetrar el óvulo y que la criatura comience a desarrollarse.
El que vive de sueños, nunca se despierta a realidades. Es preciso poner los pies sobre tierra firme, echarle mano a lo que tenemos a mano antes de pretender abarcar el mundo.
Si tienes diez y puedes regalarlos a alguien que los necesite, no esperes juntar cien para aportarlos a mejorar el medio ambiente.
En el Reino de los cielos, como bien señala el padre Pascual, no entra el que se llena la boca gritando a voz en cuello “¡Señor, Señor!”, sino el que pone en práctica los consejos que nos ofrece Jesús y pone manos a la obra. (Cf. Lc 6, 46-49).
Con uno, cinco o diez talentos (no importa si podemos poco o si podemos mucho) hoy tenemos ante nosotros un día magnífico, lleno de ocasiones concretas para vivir el Evangelio, para aprender que el primero en el Reino de los cielos es aquel que vive como servidor alegre y generoso, en lo grande y en lo pequeño. (Cf. Mt 25, 14-30).
Cada gotita de agua apacigua un incendio. Cada acción que emprendemos con amor y entusiasmo se verá reflejada en un mejor mañana. Nunca subestimes las gotas porque millones de ellas forman los océanos. Todo acto que realizamos con amor regresa multiplicado a nosotros.
Bendiciones y paz.
Este cuento aparece publicado en la página 189 de mi libro “La Mariposa Azul y los Regalos de Dios – Historias y cuentos para sanar tu corazón”. Disponible en Librería Cuesta y La Sirena.
Deja un comentario