Ante las discusiones estériles, Intentó bajarle la luna a su mujer, y ésta por los prejuicios y desencantos que tenía de su marido, pensó que le bajaba el sol ardiendo, y se la dejó en sus manos.
No vaciló ni un instante, su fuerza interior se hizo manifiesta. Echa un par de ropas, zapatillas, su juego de maquillajes en la maleta, y se marcha para siempre de su casa matrimonial, dejando atrás lo que pudo ser, y no fue.
Rogelio quiso detenerla, pero se le hizo tarde. Le gritó desde lejos: “vuelve mujer, vuelve, aun te puedo bajar un pedacito de estrella”. Ella se detiene, da un giro de leona salvaje, y con la fuerza de su voz, le dice: “coge la estrella, y abrázala por las noches, que ya no tienes mujer”. Se dejó caer de golpe en el piso. La pared se hizo testigo de sus lágrimas y su corazón roto en mil pedazos. No podía creer que después de diez años de matrimonio, Alma se marcharía para siempre de su lado.
Despierta sobresaltado y nervioso, y se da cuenta que lo vivido anteriormente fue un sueño. Su mujer está frente al espejo arreglándose para irse al trabajo. “Buenos días”, le saluda Alma; él le responde, “buenos días cariño”. Se echa un poco de perfume en el cuello, toma su cartera, y antes de cerrar la puerta de la habitación, le dice: “te dejé el café sobre la mesa, los niños esperan por ti, por favor, que no te coja la hora para llegar al colegio”. Llevar sus dos niños al colegio era una tarea que le fascinaba, pero ya se sentía incómodo, necesitaba trabajar, sus ahorros después de aquella desafortunada cancelación, se estaban agotando, y su rol de esposo, estaba perdiendo carácter. Percibía a su esposa, extraña, distante y fría. Pasó por su mente una posible infidelidad de su esposa, pero desistió.
Después de llevar los niños al colegio por las calles polvorientas del barrio, se dirige al sacerdote de la parroquia. Está más que convencido que su matrimonio lo ahoga la monotonía, que le hace falta un relanzamiento, que el jaque mate de su relación conyugal se aproxima con risa de burla. El padre Sebastián escuchó a Rogelio con la paciencia de un hombre de Dios. El pobre está hecho pedazos, las lágrimas le brotaban involuntariamente de los ojos, amaba a su mujer, y no quería perderla. Su presente estaba contagiado de impotencia. El padre Sebastián le orientó de cómo vencer el virus de la monotonía, y que de todas maneras le hará bien que consulte con un profesional de la Psicología. “La gracia de Dios supone la naturaleza del ser”, le dijo. Rogelio sale del despacho de la oficina parroquial. Su rostro cambió, y está dispuesto a rescatar su matrimonio. Entra a la capilla y se arrodilla ante Jesús Sacramentado, y una luz brillante invade sus sentidos.
Después de salir del trabajo, agotada, Alma deshecha, escribe un mensaje de texto, invitando a Paola, su mejor amiga, a tomar un café en el restaurante de la esquina.
Allí le contó con lujos de detalles lo deteriorado que estaba su matrimonio con Rogelio, que su mente solo le grita: “divorcio, divórciate…”. Reconoce que la monotonía se pasea por su casa y duerme en el aposento de los esposos. Amiga -le expresa- todos los matrimonios pasan por esas crisis, la monotonía se repite cada cierto tiempo.
Qué te parece si organizan una salida para ver un juego de pelota en el estadio, un fin de semana en un resort, un retiro espiritual para parejas. Paola, mi esposo está sin trabajo, mi matrimonio con él es aburrido, se ha vuelto rutinario, es lo más parecido a un funeral. En ese momento entra un hombre bien vestido, de aspecto circunspecto, se acerca a la mesa y saluda -Paola se retira- y la mueca de su cara enuncia disconformidad. El reloj marca las diez y cinco de la noche, y Rogelio espera con ansiedad a su amada esposa. De repente una luz ilumina la calle oscura, el carro-taxi se detiene, Alma se desmonta. El brillo de los ojos de Rogelio casi lanza llamaradas de fuego. Ella lo mira con un dejillo de tristeza, y entra a la casa, se dirige a la habitación de sus hijos. Su celo impetuoso revienta, sentado en la sala, espera que Alma termine el rito de despedida con los niños que ya duermen. ¿Se puede saber dónde estabas? pregunta. Hablaba con una amiga, responde. No te creo, riposta él.
Dime la verdad, ¿Me has dejado de amar? ¿Has estado saliendo con alguien? La mirada perdida de Alma, su piel fría lo delataba todo. Finalmente le dijo la verdad de sus sentimientos. En aquél fructífero diálogo, Rogelio y Alma admiten sus fallas.
La infidelidad en una pareja puede ser emocional, física y financiera. Ante los inevitables peligros de la monotonía, si la pareja defiende activamente el amor, el matrimonio siempre se podrá salvar.
El autor es, Juez del Tribunal Eclesiástico
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