El pueblo de Dios ha comenzado recientemente el Año Litúrgico (Ciclo B) con el tiempo de Adviento. La Iglesia ha ordenado las Lecturas de los Domingos en tres ciclos: A, B, y C, de manera que cada uno de los ciclos se repite cada tres años.
Es así como en tres años de lecturas dominicales, los fieles pueden tener una idea bastante completa-sin llegar a ser total- de la historia de la salvación contenida en las Sagradas Escrituras.
El Año Litúrgico comienza con el primer Domingo de Adviento, que significa venida de Cristo. En griego “parusía” y en latín “adventus”. De ahí entonces que los cristianos nos preparamos espiritualmente para celebrar el nacimiento del niño Jesús. Veremos tres figuras claves durante este tiempo: Isaías, Juan el Bautista y la Virgen María.
Isaías el profeta de la esperanza y de la promesa de la llegada del Mesías Salvador (7,14; 8,8-10). Nos recuerda, además que somos arcilla y que el Señor es el alfarero (64, 2b-7). El barro es material arcilloso moldeable que se endurece por la cocción, utilizado en alfarería y cerámica.
La carta de de san Pablo a los Corintios, en su capítulo 4, verso 7, nos presenta la necesidad de dejarnos moldear por el Señor, si queremos que Jesús se pose en nuestros corazones en la noche de las vísperas de la Natividad del Señor, cito: “Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros”.
La fe es un rico tesoro, que hemos de proteger, y defender frente al peligro de los que pretenden robar nuestra esperanza puesta en el Dios de Jesús. “En aquel tiempo estaban sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Ef 2,12). Nuestra esperanza no es vaga e ilusoria sino cierta y fiable.
¿Y por qué pedir la intervención del poder de Dios? Si nos ha dotado de inteligencia ¿Por qué clamar al cielo? Pedimos, con los brazos abiertos, precisamente al Dios de la Esperanza, porque somos débiles, nuestra naturaleza humana es frágil, y los dones de Dios se conservan en nosotros como vasijas de barro. Nuestra condición de pecadores produce que se quiebre el barro donde Dios ha depositado sus dones irrevocables.
Dios es fuerte en su fidelidad, pero nuestro barro es débil. El ser humano creado con el don intransferible de la libertad, por eso libremente acepta o rechaza el plan de Dios en su vida. Puede apagar con su comportamiento la esperanza encendida eliminando a Dios de su vida. Dios conoce el corazón de cada hombre y de cada mujer. ¿Acaso has eliminado a Dios de tu vida? Estoy seguro que si te preguntan si crees en el Dios de Jesús, responderás sin titubeos: “Claro que sí”. Y seguros añadirás: “Él me lo ha dado todo”. Sin embargo de las palabras a los hechos hay mucho trecho. Y te pregunto a ti, amable lector: Ante el fenómeno de la corrupción – que parece indetenible- ¿Has hecho algo para frenarlo? ¿Te sientes un espectador pasivo de la historia presente, o un activo protagonista? ¿Prefieres cruzar los brazos, y que otros hagan lo que tú y yo estamos llamados a hacer por el bien, la paz y la justicia de nuestro país? Nunca la fe esta separada de la vida, van indefectiblemente unidas. Dejémonos moldear, como el barro, por el Señor –Alfarero-, para que nuestra vida no pierda sentido.
Que Nuestra Señora del Adviento, discípula fiel de su Hijo, nos conceda la gracia de vivir este tiempo litúrgico, -no dormidos- sino vigilantes y activos, en una espera alegre. Que así sea. ¡Amén!
Por Pbro. Felipe de Jesús Colón Padilla, Juez del Tribunal Eclesiástico
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