Desde que Donald J. Trump se lanzó a la carrera presidencial, algunos lo vieron como un incipiente político poco experimentado, que adolecía de contenido coherente al hablar. Durante toda la campaña utilizó un lenguaje directo, un discurso populista, no adornada mucho las palabras al hablar. Sus votantes lo percibieron sincero, pragmático, hablaba con el corazón.
Prometió empleo, hacer crecer la economía y dar seguridad al pueblo americano. La suma de lo anterior satisfizo al electorado, ganó las elecciones, y Trump, ya es el presidente de los Estados Unidos de América.
Su discurso de Toma de Posesión, el pasado 20 de enero, fue breve, más o menos lo dicho durante el trajín de la campaña, mientras se instalaba en las escalinatas de Washington, un grupo significativo de personas protestaba, intentando ser la expresión de los que sienten una aversión visceral hacia su persona.
Tendrá como desafío principal llenar las expectativas de quienes consideran que algunos puntos de su agenda es una verdadera amenaza al establishment. No obstante, hemos de reconocer que una gran mayoría de estadounidenses, aguarda la esperanza de que haga un buen gobierno, tal como lo expresó en su discurso de toma de posesión: “seguiremos dos reglas sencillas: Comprar productos estadounidenses y contratar trabajadores estadounidenses”.
Expuso que luchará por sus nativos con cada fibra de su cuerpo, promete traer de vuelta las fronteras, las riquezas y el sueño americano.
Criticó en su histórico discurso que el sistema se protegió a sí mismo, pero no protegió a los ciudadanos. Los políticos prosperaron, pero los empleos desaparecieron, y las fábricas cerraron.
La realidad es que el desempleo es notorio. La precariedad laboral se transforma en sufrimiento para muchas familias. Se percibe pobreza en zonas urbanas. Además la tristeza que genera el saber que la delincuencia, las pandillas y el tráfico y consumo de drogas han robado demasiadas vidas.
Algunos países están preocupados porque Trump defiende y promueve la protección de la economía estadounidense, pues a lo largos de los años la economía de Estados Unidos ha enriquecido a la industria extranjera, mientras que la infraestructura americana ha caído en desuso y decadencia. Su firme decisión de proteger la frontera inquieta a los mexicanos. Pero cada país siempre le asiste el derecho de proteger su territorio. Dijo también que combatirá junto al mundo civilizado el terrorismo islámico radical.
Ha sido oportuno lo externado por el papa Francisco a Donald Trump, en una época en el que la familia humana es acosada por graves crisis humanitarias: “Rezo para que sus decisiones estén guiadas por los valores éticos y espirituales, que han forjado la historia del pueblo estadounidense”. El Romano Pontífice espera que bajo su liderazgo (…) mantenga su preocupación por los pobres, los marginados y los necesitados. Y al mismo tiempo le impartió bendiciones de paz, concordia y prosperidad tanto espiritual como material.
Si Donald Trump quiere terminar bien como el cuadragésimo quinto presidente de Estados Unidos de América, tendrá que trabajar su inteligencia emocional. Suele ser, en el modo de actuar soberanamente personalista y temperamental. Un líder debe tener la capacidad de encauzar sus pasiones personales y atraer a otros a su proyecto de reformas, buscando siempre el bien común de sus conciudadanos. Para quien ejerce el oficio de gobierno, el dominio de sí mismo y la capacidad para comprender a los demás, le garantizaría la eficacia de sus acciones.
El autor es, Juez del Tribunal Eclesiástico
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