Una joven china llamada Li se casó y fue a vivir con su marido y la suegra. Pocos días después, no se entendía con ella. A su solicitud, un amigo de su padre le dio unas hierbas diciéndole: “Dale un te cada día que la irá envenenando lentamente. Si actúas amorosamente, nadie sospechará.”
Pasaron las semanas y diariamente Li preparaba el té. Para aparentar, controló su temperamento, obedecía a la suegra en todo y la trataba como a su mamá. ¡Oh sorpresa, después de seis meses, la casa entera había cambiado!
Un día, Li visitó nuevamente al amigo de su padre, rogándole la ayudara evitar que el veneno matara a su suegra, dejándole saber que se había transformado en una mujer agradable a quien Li amaba entrañablemente.
Y fue así como este le dijo que no tenía por qué preocuparse. “Tu suegra no ha cambiado, la que cambiaste fuiste tú. Las hierbas que te di eran vitaminas para mejorar su salud. El veneno estaba en tu mente, en tu actitud, pero fue echado fuera y sustituido por el amor que pasaste a darle a ella. El plantar es opcional, pero la cosecha es obligatoria. Por eso, ten cuidado con lo que plantas”, concluyó el buen amigo.
Si les gustó esta historia, pues les tengo otra de hace mucho más de un siglo.
Cuentan que una triste princesa agonizaba, llegando así al final de una corta y dolorosa existencia llena de días sin sol. En su lecho de muerte, pidió que su tumba fuera cubierta con una gran piedra de granito, y que alrededor hubiera otras piedras sellando la lápida. Tal era su frustración, que también dio órdenes de afianzar las piedras con abrazaderas de hierro. A su solicitud, la lápida llevaría escrito: “Esta tumba, comprada para toda la eternidad, jamás deberá abrirse”.
Nadie se dio cuenta que durante el enterramiento se metió en la tumba una bellota de roble. Al tiempo empezó a asomarse un brotecito en medio de las piedras. La bellota había podido absorber suficiente alimento como para crecer. Después de varios años, un robusto roble se levantaba entre las abrazaderas de hierro. El hierro no pudo con el roble y sus raíces lo rompieron, dejando al descubierto la tumba que nunca debía abrirse. Con una semillita, la nueva vida se abrió camino desde el lecho de muerte.
Todos los días tenemos infinidad de oportunidades para aprovechar un nuevo comienzo. Generalmente, los nuevos comienzos se inician cuando alguna cosa termina. Tal vez no haya sido accidental que el robusto roble, que es uno de los árboles más altos y fuertes del mundo, se inicie a partir de una pequeña semillita.
La joven china plantó amor y cosechó paz y alegría. La triste princesa no pudo evitar que de su trágica experiencia de vida surgiera con fuerza un poderoso roble, que bien pudo haber nacido antes, si tan sólo hubiera abierto las puertas de su corazón al amor de Dios.
“Si tuvieran fe como una semilla de mostaza –nos dice Jesús– dirían a este monte: ‘Muévete de aquí allá’, y se movería, y nada les será imposible.” (Mt 17, 20). Y de ahí la oración de aquel buen hombre, que nos narra Marcos en el capítulo 9: “¡Creo, Señor, ayuda a mi poca fe!”, que siempre debíamos tener todos los cristianos a flor de labios.
Bendiciones y paz.
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