Hoy, amables lectores, finalizamos los 12 grados de soberbia, según san Bernardo, nos quedaban estos dos: La libertad de pecar y hábito de pecar, los cuales, van en contra de Dios.
El hombre moderno sea endiosado con su comportamiento, llegándose a creer que todo el desarrollo obtenido ha sido solo fruto de su ingenio, y que Dios no ha tenido ninguna participación. Ese grave error en el pensamiento limitado del hombre, también ha tomado la decisión absurda de excluir a Dios, por eso intenta colocarse por encima del Creador.
Algo que nunca podrá alcanzar, pues Dios es causa incausada, el hombre es efecto, salió de alguien, su categoría es de criatura, se debe al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; aun más necesita del otro para realizarse. No ha sido creado para vivir en solitario, sino para interactuar. Si decidiese pasearse solo por el mundo, podría ser presa de su propia soledad.
Según el catecismo: “el pecado es una falta contra la razón, la verdad, y la conciencia recta; falta al amor verdadero para con Dios y para el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes” (1849-1850).
El pecado, trae como consecuencia, tres actitudes negativas: endurece el corazón, produce desvergüenza, y desata deseos desenfrenado de pecar.
La LIBERTAD DE PECAR, se le atribuye al sujeto que, no teme a Dios, al que hace de su “yo” el centro de todas las cosas, pretende además, ocupar el lugar de Dios, incluso llega a endiosarse. Las manifestaciones de ese tipo de persona son, que pisotea el derecho de los demás, como su conciencia laxa se ha endurecido, ya nada le importa, todas sus acciones pecaminosas las llevan a cabo, sin sentir el más mínimo de remordimiento. Juegan con la moral y reputación de los que le rodean. No les da vergüenza de lo que dicen y hacen. Aquí según el Maestro Espiritual, san Bernardo “El placer antes buscado, invita a repetirlo, y cuanto más se vuelve a él mas se acaricia”, adquiere lo que él mismo llama HABITO DE PECAR, o sea, desenfrenados deseos de pecar.
El soberbio una vez que llega al descarrío repite gustoso su maldad, adormecido su razón y su conciencia; cae en el abismo de los vicios, y “llega a percibir todas las cosas como lícitas”. Tiene como lema: “todo lo puedo hacer, nada es malo”. Quiere verlo todo, sentirlo todo, escucharlo todo, disfrutar la vida con la fiesta de los sentidos y de la carne.
Si asiste a una fiesta, no tiene límites, y se dirá en voz alta:” e’ to es hasta la amaneca”. Bebe hasta perder el control de sí mismo. Si es un hombre casado, suele decir que la fidelidad no se hizo para él, por eso suele tener más de una mujer. Si es empresario, evade impuestos con descaro. Si es una joven inmadura, se notará su afán desmedido por exhibir su cuerpo, algo innecesario, pero como está vacío el corazón, sus pasos para llenarlo serán siempre equivocados y repetitivos. Quien actúa así, olvida aquel viejo refrán que dice: “Quien siembra vientos, recoge tempestades. Realizar malas acciones acarrea peores consecuencias para su vida y la de su propia familia.
San Agustín, hombre santo y sabio, nos dirá: “Por dos causas pecamos: o por no ver aún lo que debemos hacer, o por no hacer lo que ya vemos no se debe hacer; lo primero es mal de ignorancia; lo segundo, de flaqueza”.
Que el Dios de la misericordia, nos ayude a sincerarnos de la malicia que se esconde en nuestros corazones, y demos el paso de buscar la gracia, para vivir la santidad de la vida diaria.
Por Pbro. Felipe de Jesús Colón Padilla
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