Oración para los alejados de Dios
Señor, desde pequeño mi madre me hablaba de cuanto se puede crecer en la fe en el tiempo de Cuaresma. En mi casa se rezaba diariamente el Santo Rosario a la Virgen María, comíamos juntos en la misma mesa. Mi madre nos decía debajo de aquél árbol frondoso: “Mis hijos, meditar las quince estaciones del Santo Vía Crucis, es hacer memoria de lo que vivió el que se inmoló por nosotros”. Recuerdo aquel afiche emblemático, que decía: “Cuaresma, tiempo de conversión y reconciliación”.
Participaba de las misas bien temprano en la mañana, ninguno de los hermanos podían quedarse acostado. Dios siempre primero. Luego de venir de la Iglesia, mí querida madre me preparaba un delicioso desayuno, mochila al hombro y pa´ la escuela. Mis otros dos hermanos estaban en la escuela por la tarde, se quedaban ayudando, la hembra en la cocina, y el otro, en la finquita con papá. Llegó la etapa del hombre adulto, la niñez quedó atrás. Ingresé a la universidad. Nunca olvido aquellas palabras que nos repetía el sacerdote de la parroquia: “Si quieres servir mejor a la iglesia y la sociedad hay que prepararse, pues el que no estudia, se estanca, contempla la vida desde un ángulo muy enano, y se empobrece el cerebro”, y luego agregaba: “Pido a Dios, mis queridos jóvenes, que nunca se alejen de la iglesia”.
Esas palabras aún resuenan en mi interior. Cuanto te miro en la cruz mi Señor, así con tu mirada ladeada, siento que me reprochas, porque admito, sin quererme justificar, que la vida universitaria, y alguno de mis amigos me distanciaron de ti Jesús.
Ahora Señor, a pesar de haber logrado riqueza de conocimientos, título académico, sin embargo, en mi interior había pobreza espiritual, me aparté de ti. Mi corazón, herido por el pecado, me dejó ciego. Mis ojos estaban abiertos para lo pecaminoso, y cerrados para contemplar la belleza de la fe, del amor y de la gracia.
Las sabias enseñanzas de mis padres las eché en saco roto. Al alejarme de ti, mi sostén, me refugié en una vida desordenada: Tragos, drogas, mujeres, corrupción, juegos de azar, playa, música, fiesta, en fin mi Jesús, más cerca del demonio que de ti. Me sentí un semi dios en la tierra, entendí torpemente, que el mundo giraba a mí alrededor. No busqué a mis hermanos, caí en un egoísmo rampante.
Agradezco las oraciones de mis padres y el retiro espiritual del Fin de Semana que transformó mi vida. Participar de ese retito fue lo mismo que subir al monte santo. El pecado anestesió mis sentidos, pero tu gracia me hizo despertar en tus brazos llenos de ternura. Estaba perdido, mi Señor, pero he retornado a tu rebaño.
Afortunadamente, he salido, como Abrahán, de mi zona de confort, de mi terreno infértil, para marchar a las tierras fértiles de la gracia, de la luz y de la esperanza. ¡Ay Señor!, ¿dónde estaba yo?, ¿Por qué no valoré tus dones imperecederos? Bebí de aquellas aguas contaminadas de mundanidad y paganismo, pero al tomar de tu agua todo en mi quedó purificado. Tu misericordia ha sido tan inmensa que he vuelto a la vida, he renacido de nuevo, tal y como lo hiciste con tu amigo Lázaro. Regresar a la comunidad parroquial, es haber salido de los sepulcros oscuros de una vida quimérica, vacía y engañosa.
¡Oh mi buen Jesús! No quiero mirar hacia atrás, pues como tu bien lo has dicho: “Quien pone la mano en el arado y mira hacia atrás no puede ser discípulo mío” (Cf. Lc. 9, 62). Ayúdame a vencer la tentación del pecado, que de la ocasión de pecar me libero yo, mi amado Señor. Haz que haga de este tiempo especial de gracia, sea un vivir el desierto en la ciudad.
El autor es juez del Tribunal Eclesiástico
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