(1 de 2)
Tomás Hernández Franco nació en el municipio de Tamboril, Santiago, el 29 de abril de 1904, y falleció en la ciudad de Santo Domingo el 1 de septiembre de 1952.
A pesar de ser uno de los más originales y afamados poetas contemporáneos de nuestro país y haber compuesto uno de los textos capitales del siglo XX en la República Dominicana , el poema “ Yelidá”, su obra ha sido poco divulgada , razón por la cual el inspirado bardo tamborileño , como en otras ocasiones lo hemos afirmado, continúa siendo un “ Ilustre desconocido”
Acerca de su vida y obra, sin embargo, son innúmeros los escritores de reconocida prestancia académica y/o literaria que han externado sus juicios valorativos:
«Tomas Hernández Franco – argumenta Manuel Mora Serrano – es uno de los más grandes poetas “inéditos” de este país, porque realmente se refieren los biógrafos e historiadores a su Yelida (1942), cuando, realmente, Tomás empezó a publicar muy joven, a los 17 años, “Rezos Bohemios” (poesía), y un libro de cuentos: “Capitulario”, y ya, para 1940, había editado la mayor parte de su obra. Es este Tomás un caso de precocidad superado sólo en cuanto a edad de publicación por Joaquín Balaguer, que editó en 1922, a los quince años, su primer libro: Salmos Paganos. Tomás – continúa el autor de “Juego de dominó”- fue un gran trabajador y un individuo de avanzada. En la revista Yelidá, en su primer número, se reveló, como él dio a conocer en La Información, las primeras noticias del movimiento surrealista francés en los años veinte, y ya se sabe que también él es el autor de los primeros relatos auténticamente surrealistas escritos por un dominicano» (Listín Diario, 18/4/98).
(Manuel Mora Serrano:
Novelista, poeta y ensayista.)
Pedro René Contín Aybar, ensayista, crítico literario y quien compartiera con Hernández Franco la redacción de Los Cuadernos Dominicanos de Cultura, describe de esta manera a su antiguo amigo y compañero:
«Tomás Hernández Franco era la inquietud personificada. Le veo grande, fuerte, gesticulante, hablando a gritos, defendiendo ideales cada vez renovados, bufando, manoteando, riendo, inestático siempre. Producía la impresión de un barbotar constante, como un torrente ensordecedor, como una incesante máquina de producción ilimitada. Poeta, su verso vibraba con elásticos acentos móviles. Agrupaba ideas, al parecer sin concierto, para cerrar con un broche magnífico donde todo su pensamiento disperso se resumía en un sonoro acorde definitivo.
Polemista, esgrimía argumentos contundentes, destrozaba, fundía, aplastaba. Escritor, cultivaba, preferentemente, después de la poesía, el cuento y se puede asegurar que produjo, si no los mejores, al menos algunos de los más encomiables cuentos dominicanos, entre ellos, piezas de antología, como “El asalto de los generales” y “Anselma y Malena”»
(Cuadernos Dominicanos de Cultura
No. 118, p.383, sept. 1952 )
El periodista y escritor cubano Virgilio Ferrer Gutiérrez nos presenta el siguiente retrato:
«Lo que ha visto nuestra lente: 6 pies de carne y hueso. Una mirada zahorí, curiosa, inquieta. Unas orejas que son antenas. Una cordialidad desbordada. Un enorme talento y una exquisita sensibilidad. Una nariz aguda como corvo pico de aguilucho. Un espíritu abierto. Unos enormes brazos, siempre en cruz. Y unas manos vigorosamente trazadas, listas para lo que sea menester…»
(Virgilio Ferrer Gutiérrez
Cuadernos Dominicanos de Cultura
No. 118, p.387, sept. 1952 )
En un enjundioso perfil titulado: “Tomás Hernández Franco en el recuerdo”, el destacado escritor, historiador e intelectual mocano, doctor Julio Jaime Julia (1922 – 1993), afirma lo siguiente:
«En enero de 1949, en compañía del fraterno amigo Doroteo A. Regalado, prócer de la Intervención Militar Norteamericana, tuve el privilegio de conocer y conversar brevemente con Tomás Hernández Franco en el acogedor ambiente de su hogar en Tamboril. La impresión de esa única oportunidad que se me presentó de verle físicamente fue desde luego imborrable, por la sencilla razón de que él era uno de esos personajes inolvidables. Alto, activo, dinámico, rebosante de vida interior, sorprendentemente talentoso, cordial, simpático, comprensivo, decidor, y amable, Tomás cautivaba desde el primer momento con la franqueza de su trato y el poder de su extraordinaria inteligencia…»
(Suplemento “Coloquio”, p.10, 20 de mayo de 1989)
Deja un comentario