Cuenta una vieja leyenda que había un pino, joven y elegante, que vivía infeliz en el bosque. A los niños les encantaba jugar con él, pero el pino sólo pensaba en crecer rápido, convertirse en el mástil de un barco y recorrer el mundo, o quizás ser un gigantesco árbol de navidad, lleno de luces y guirnaldas, luciendo su elegancia en una gran plaza, admirado por todos.
Vivía insatisfecho, incapaz de escuchar las canciones de los pajaritos y disfrutar las suaves caricias de la brisa, del sol y de la lluvia. Sufría grandemente cuando veía que se llevaban a otros árboles del bosque, menos hermosos y esbeltos que él.
Hasta que un día llegó un leñador, lo cortó y se lo llevó a su casa. Era Navidad. Lo adornaron regiamente. Se moría de ganas de que anocheciera para relucir todo brillante, y que los niños recogieran sus regalos.
Pasados muchos días, cuando ya estaba histérico de que nadie se fijara en él, removieron todos sus adornos, y se puso contentísimo, pensando que lo iban a llevar a conocer otros lugares emocionantes. Para su tristeza y decepción, lo sacaron de la casa y lo llevaron a un cuartucho en el fondo del patio. Ahí lo dejaron abandonado.
Lloraba desconsoladamente de rabia y de impotencia. Unos ratoncitos intentaron consolarlo, le propusieron ser sus amigos e inclusive le invitaron a jugar y divertirse, pero el pino infeliz pensaba que él había nacido para algo muchísimo más importante que tan sólo jugar con unos sucios ratones.
Un día alguien entró a buscarlo. Él pensó que lo iban a plantar de nuevo o que finalmente iría a conocer el mundo. Sin embargo, lo picaron en pedazos y lo convirtieron en leña. “Se acabó, se acabó”, pudo apenas quejarse antes de morir. “¡Si me hubiera alegrado cuando podía hacerlo!”.
Con mucha frecuencia nos sucede como el pino de la leyenda. Vivimos ansiosos del mañana y somos incapaces de vivir el presente, que es lo único que tenemos. La vida se nos va en amontonar dinero, querer sobresalir y llamar la atención. Hoy es hoy y mañana es mañana, y no disfrutamos el presente mientras perseguimos alitas de mariposas y estrellitas fugaces.
Que si cuando me gradúe… cuando tenga casa… cuando vengan los niños… cuando crezcan… cuando se gradúen… cuando se casen… Y así se nos escapa la vida sin empezar a vivirla.
Vive y disfruta el presente. Esto no es irresponsabilidad. Todo lo contrario: nada recogerás en el futuro que no hayas sembrado en el presente. Quien no es capaz de vivir el presente a plenitud, no puede vivir el futuro. Vive cada día proponiéndote que nada ni nadie te va a preocupar, ni va a empañar tu alegría.
Y si surge algún problema o la angustia quiere molestarte, dile que hoy, y tan sólo hoy, no va a lograr lo que persigue, no le vas a hacer caso… ¡y mañana a lo mismo!
Santa Teresita del Niño Jesús vivía siempre alegre a pesar de su pobre salud. Decía mi querida santa: “Es que yo solo vivo un día cada día. Y no hace falta ningún heroísmo para vivir con alegría y en paz las pocas horas que tiene el día.”
¡Hermosa lección de vida santa, sencilla y alegre!
Bendiciones y paz.
Este cuento aparece publicado en la página 65 de mi libro “La Mariposa Azul y los Regalos de Dios – Historias y cuentos para sanar tu corazón”. Disponible en Librería Cuesta y La Sirena.
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