El Plan de Pastoral, nos pide que cultivemos para el mes de agosto, el valor improrrogable de la Justicia. Indicarlo para que sea nuestra ruta del mes, es porque la Patria, que es nuestro suelo, se percibe con preocupación las injusticias en muchos estamentos sociales.
Lo que hoy sembramos es lo que cosecharemos mañana. Muchos hemos sembrado “trigo”, pero alguien ha sembrado en la oscuridad de la noche, “la cizaña”. Esta se refleja en la corrupción, la impunidad, la mentira, la deshonestidad, la trampa, el afán de poder, y el clientelismo.
El Maestro Jesús llegó a decir: “Dejen que crezcan juntos el trigo y la cizaña”-. La paciencia de Dios no tiene límites, pero la del ser humano, sí la tiene. Siempre nos obliga arrancar la cizaña del campo. No se desarrolla el compromiso con la patria sin extirpar las malezas sembradas de los que, aprovechando un puesto público, se han enriquecido a costa del erario del Estado.
A propósito del compromiso por la restauración de nuestro pueblo a la que estamos todos llamados. La iglesia nos recuerda los cinco principios de la Doctrina Social de la Iglesia que brotan del corazón del Evangelio, los cuales son criterios de discernimiento y sirven de guía para la acción social en todos los ámbitos.
El primer principio gravita en el bien común, el cual busca que se respete la dignidad de la persona, pues todos somos iguales ante Dios. Todos tenemos derecho a la alimentación, la salud, a una vivienda, educación, acceso a la cultura, transporte, libre circulación de las informaciones y la tutela de la libertad religiosa. El bien común es el deber de todos los miembros de la sociedad. Es también tarea del Estado, pues el bien común es la razón de ser de la autoridad política.
El destino universal de los bienes, es el segundo principio. Dios ha destinado la tierra y cuanto en ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad (Gaudium et spes, 69). La opción por los pobres es una responsabilidad social. La economía de un país debe estar inspirada en valores morales, no en intereses personales.
El tercer principio consiste en la subsidiaridad. Es imposible promover la dignidad de la persona si no se cuidan la familia, los grupos, las asociaciones, las realidades territoriales locales, en definitiva, aquellas expresiones agresivas de tipo económico, social, cultural, deportivo, recreativo, profesional, político, a las que las personas dan vida espontáneamente y hacen posible un efectivo crecimiento social (Catecismo de la Iglesia Católica # 1882). La encíclica Quadragésimo anno, de Pío XI, nos recuerda que toda acción de la sociedad, al prestar ayuda a los miembros de un cuerpo social, no debe destruirlos ni absolverlos.
El cuarto principio radica en la participación. El pueblo debe expresarse a través de los grupos, asociaciones, instituciones, redes sociales. Limitarlos o restringirlos caeríamos en un régimen totalitario o dictatorial. Aquí el derecho fundamental a participar en la vida pública es negado de raíz.
El quinto y último principio reside en poner en práctica la solidaridad. Ante fortísimas desigualdades sociales, ser solidario con los menos pudientes es un gesto de caridad. Un sistema corrupto, explotador y opresivo, provoca pobreza a todos los niveles.
Nuestro compromiso es con la patria de Duarte y los héroes de la Independencia y de la Restauración, no con los avivatos, oportunistas y lobos feroces que han drenado el bienestar social. La justicia es un valor fundamental, y le siguen la verdad, la libertad y el amor.
Aparentemente el pueblo dominicano vive en estado de inercia y desidia. ¡¡Despertemos ya!!
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