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De nuestra lengua fáunica y vegetariana
(A mi dilecto amigo y columnista de este diario, Dr. Pedro Mendoza)
El mundo animal, igual o talvez más que el vegetal, está permanentemente presente en el habla popular dominicana. Esta se nos presenta pletórica de referencias zoológicas que en forma figurada aluden a las más diversas manifestaciones de la vida nacional. Así se pone de manifiesto en otro parlamento, protagonizado, esta vez, por nuestro pintoresco y ya mencionado personaje, Rufo, el Bichán:
« Al barrio ha llegado un tipo que priva en bichán y “león”- informa Rufo, con molestia inocultable.. Parece que él desconoce que aquí el único “león” y bichán soy yo, Rufo, el “caballo”, el “toro” y verdadero “pato” macho del barrio. Me informan – continúa Rufo – que al carajo ese, parece que yo no le caigo bien; pero más le vale que no choque conmigo, pues él debe saber que frente a mí no es más que un simple “pollito”. Que aunque él se la da de “tíguere”, todo el mundo dice que es un “bobo” viejo, más pendejo que una “gallina”, y cuando lo atacan, corre más que una “guinea”. Que de la guardia lo botaron por “gato” e irresponsable, ya que acostumbraba a salir de “lechuza” o abandonar su trabajo sin el permiso de sus superiores. Por eso, si me sigue provocando, le daré una paliza que lo pondré a ver “animitas”, y muerto ese “abejón”»
Pero no sólo son fáunicas o zoológicas en el español dominicano las voces puestas en boca del precitado y folklórico personaje.
En nuestro país le llaman ‘perro’ a una persona si es odiosa o poco cortés; ‘puerco’, si es antihigiénica; ‘gato’, al ladrón; ‘burro ’, al iletrado o a quien actúa en forma terca e irracional; ‘chivo o culebro’, a quien da muestras de sospecha y desconfianza, o procede de manera esquiva frente a los demás; ‘avispa y cacata’, a la mujer conflictiva, de espíritu bélico o muy dada al pleito; ‘pato’, a quien muestra destrezas al nadar; ‘gallina’, a las personas cobardes ;‘cotorra’, a quien habla demasiado; ‘mono’ o ‘mona’ , al hombre u mujer feos o desprovistos de atractivos físicos, ‘pichón’, al joven inexperto; ‘zorro’, al muy astuto, ‘tiguerito’, al niño travieso o de reducida edad , y ‘pájaro’ al hombre homosexual o afeminado.
El doctor Pedro Mendoza, fino escritor y quien siempre prestigia mi columna con su lectura y juiciosos comentarios al pie de mis artículos, aporta al tema las siguientes muestras lexicosemanticas, muy presentes en el habla dominicana:
«‟Puerco no se rasca en jabilla”, “A otro perro con ese hueso”, ‟ Se quedó como el perico en la estaca‟, ‟El negro es comía e puerco”, ‟Así como me ves, yo no soy un maíz” y “Chúpate ese cajuil…”»
¿Por qué los dominicanos hablamos así, tan distinto a los hablantes de otros países americanos?” – me preguntó en una ocasión, bastante inquieta, una amiga y ejecutiva bancaria de la ciudad de Santiago.
Tales formas de expresión – le respondí – forman parte de las particularidades propias del español dominicano, y esos particularismos lingüísticos ponen de manifiesto o constituyen el más fiel reflejo del carácter dinámico, cambiante y evolutivo de la lengua.
El dialecto dominicano, en su vinculación con el español de América y peninsular, comparte una serie de rasgos lingüísticos comunes que permiten el entendimiento, la comprensión y la intercomunicación entre los hablantes de los países del llamado mundo hispánico; pero al mismo tiempo, y como parte de su proceso evolutivo, poco a poco va creando sus particulares giros expresivos, los cuales, en última instancia, se constituyen en sus rasgos diferenciadores. De ahí que no siempre un mismo término soporte igual significado en todas las comunidades hispanohablantes. Como bien aparece consignado en la muy famosa copla del no menos famoso son cubano:
«En Cuba merengues hacemos,
sancochado en una paila,
lo que en Quisqueya se baila,
en Cuba nos lo comemos…»
La explicación es bastante sencilla: para los cubanos, merengue es un dulce especial elaborado con azúcar y clara de huevo, mientras que para los dominicanos no es más que su principal ritmo folklórico.
Lo cierto es que así se comporta nuestra lengua o variante dialectal llamada español dominicano: desde que empezamos a hablarla, comenzamos a pasear la flora y la fauna dominicana por los senderos comunicativos de nuestra cotidiana práctica lingüística.
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