El grupo iba a viajar de regreso a casa luego de asistir a una fatigosa convención. Pensaban volar a tiempo aquel viernes para cenar en familia, pero llegaron retrasados al aeropuerto teniendo que correr para no perder el avión.
Uno de ellos tropezó con una mesa llena de manzanas, que salieron volando por todas partes. Todos siguieron corriendo, todos menos uno que se detuvo, respiró profundamente y sintió gran compasión por la infeliz dueña del puesto. Les hizo señas a los demás que siguieran sin él, que ya luego llamaría a su esposa para explicarle que llegaría retrasado.
¡Cuál no sería su sorpresa al encontrarse que una niña ciega era quien vendía las manzanas! Lloraba inconsolablemente.
Enormes lágrimas corrían por sus mejillas. Tanteaba el piso, tratando en vano de recoger las manzanas, mientras la multitud pasaba vertiginosamente, sin importarle su desdicha.
El hombre se arrodilló con ella, juntó las manzanas, recogió las lejanas, las metió todas en la canasta y la ayudó a organizar el puesto nuevamente. Mientras lo hacía, se dio cuenta que muchas se habían golpeado y estaban magulladas. Las puso aparte, en otra canasta. Al terminar, dijo a la niña:
“Toma por favor estos cien pesos por el daño que te causamos. ¿Está bien?”
Ella, aún llorosa, asintió con la cabeza, mientras él le decía que esperaba no haberle arruinado el día.
Apenas había dado el vendedor unos cuantos pasos, la niña le gritó:
“¡Señor!”
Él detuvo la marcha volteándose a mirar esos hermosos ojos ciegos. Ella le dijo:
“¿Es usted Jesús?”
El vendedor se paró en seco, dio varias vueltas, aún sin entender claramente lo que acababa de oír y ya luego se dirigió a abordar el otro vuelo con esa pregunta quemándole y vibrando en su alma: “¿Es usted Jesús? “
A mí, para la gloria de Dios, desde que retorné a transitar por los caminos del Señor, son muchas las personas que me confunden con un sacerdote, y no tan solo al verme físicamente, sino aún por la internet al leer los mensajes que salen de mi computadora. Un día me dijeron que yo era idéntico al papa, y ahí fue donde pensé que ya había pasado de la escuela primaria a la secundaria… Otro día, estando en la iglesia, oí claramente cuando un niñito le preguntaba a su mamá si yo era Papá Dios. ¡Mi graduación universitaria!
Afirmaba el gran Alexis Carrel que el deber de cada uno es, no sólo amar a los demás, sino también y sobre todo, el de hacerse uno mismo digno de ser amado por los demás.
La ley del amor es a la vez un deber y un privilegio: el deber de amar y el privilegio de ser amado. Pero no se puede ser amado si se es egoísta, amargo, deshonesto, grosero, maldiciente, calumniador, malvado.
Una persona descortés, brutal, grosera, aunque estuviera devorada por el amor al prójimo, viola la ley evangélica, ya que hace imposible a los demás hombres el cumplimiento del deber de amarla a ella.
Y a ti, ¿te confunde la gente con Jesús? Porque ese es nuestro destino, parecernos tanto a Jesús, que la gente no pueda distinguir la diferencia. Parecernos tanto a Jesús, mientras vivimos en un mundo que está ciego a su amor, su vida y su gracia. Si decimos que conocemos y seguimos a Jesús, deberíamos vivir y actuar como Él lo haría. Conocerlo es vivir Su Palabra cada día. Tú eres la niña de sus ojos, aún cuando hayas sido golpeado duramente por las caídas.
Él dejó todo y nos recogió a ti y a mí y pagó por nuestra fruta dañada. ¡Empecemos a vivir como si valiéramos el precio que Él pagó!
Bendiciones y paz.
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