José, adulto y soltero, nativo de Nazaret. Hijo de Jacob, procedente de la dinastía davídica. De fuertes convicciones religiosas. A su edad había desarrollado el espíritu del trabajo. Ganaba su sustento con el oficio de la carpintería. María, una mujer muy joven. Hija de Joaquín y Ana. Un hermoso rito provoca una relación de conocimiento y cercanía entre José y María, y surge el amor, mas tarde el compromiso formal de ser esposos, sin derecho a cohabitar sexualmente.
Pero Dios irrumpió en la vida de esta pareja, por separado. Primero llamó a María, y en sueños, días o semanas después a José.
¿Por qué Dios habría escogido la invitación por separado, y no a los dos al mismo tiempo?
Es parte de la pedagogía divina. Con ello puso a prueba la firmeza de María y su corazón creyente en el Dios de Israel, y por otro lado, puso a prueba la fe de José, descendiente del rey David.
José, suficientemente adulto. Y en honor a la verdad él deseaba desposarse con una mujer y procrear una familia. María, por su poca juventud, no tenía ninguna prisa en matrimoniarse.
Imaginemos a María y a José muy ilusionados con el proyecto de fundar una familia, los preparativos de la boda, la organización de la recepción, sobria, sencilla, pero digna de un hombre que desciende de Abraham y de Isaac.
La presencia inesperada del Arcángel Gabriel, llenó de asombro a la joven Virgen. ¿Hacia dónde se dirigía María? La voz del Arcángel fue lo sobradamente sonora como para que María prestara atención. “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. La hija de Joaquín y de Ana sintió miedo. No entendía aquél saludo, y ese hombre vestido de blanco relumbrante. Pero el ángel, observando el miedo de la joven, le dijo: “No temas, María, porque has encontrado el favor de Dios. Concebirás en tu seno y darás a la luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús. Será grande y justamente será llamado Hijo del altísimo” (Lc 1, 28-32).
María, ante las palabras del ángel de Dios, le pregunta: “¿cómo será la concepción, pues ella no conoce a varón?” Contestó el ángel: El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño que va a nacerá de ti será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,34-35).
La respuesta de María no se hizo esperar, decide al instante no consultar a José, su prometido, ella supone que lo que falta a esta decisión, Dios lo arreglará por el camino. Entonces dijo sí. Aceptó ser la madre del Salvador. Le expresó, sin titubeos, al Dios que la eligió, ser la esclava, lo mismo que decir, perder su libertad. María esta dispuesta a que en ella se haga la voluntad del Señor (Cf. Lc 1, 38).
Al poco tiempo José se entera del embarazo de su prometida. Consciente, el descendiente de David, que no la había tocado el cuerpo de María, decide repudiarla en secreto (Mt 1, 19). Cepillar el piso con María, implicaría que fuese lapidada. No escoge ni la vía de denunciarla ni de golpearla, ni psicológica ni físicamente.
María, percibía el rechazo y la frialdad de José, pero la gente pensaba que aún seguían juntos. José nunca dejó de amar, admirar y respetar a la elegida de Dios. Ante la duda de José, el ángel del Señor, se le apareció en sueños y le explica de quien será el niño que se gesta en el vientre de su prometida (Cf Mt 1, 20-21).
Siempre será deshonesto, desagradable, angustioso, cuando la infidelidad de una mujer desencadene en un embarazo no deseado. Pero he ahí la grandeza de un hombre con valores cultivados, que con el corazón roto y desgarrado, jamás se le ocurre arrebatar la vida a su mujer, simplemente se aleja, se despide, se marcha adolorido. Toda infidelidad, le precede distanciamiento emocional e insatisfacción de su matrimonio. San José es modelo de hombre justo, de fe, prudente, y discreto.
El autor es, Juez del Tribunal Eclesiástico
Deja un comentario