Una de las tareas más difíciles de gobernar, es encontrar a los hombres, con capacidad para realizarlas. A la capacidad, para gobernar como se debe, le sucede la virtud de la sabiduría. El rey Salomón, hijo del rey David, lo sustituye en el trono para gobernar a Israel y Judá; contrarios a otros reyes que pedían larga vida, riquezas, y la vida de sus enemigos, Salomón cuando se ve en el cetro, eleva su mirada al cielo, y expresa: “Yahvé mi Dios, tú has hecho rey a tu siervo en lugar de David mi padre, pero soy un muchacho, y no sé por dónde empezar y terminar (1Re 3,7). Y ante la oferta de Dios de concederle lo que pida, pide sabiduría, pide un corazón que sepa escuchar para juzgar con justicia.
Salomón, lleno de la luz de Dios, exclama: “Concede entonces a tu servidor un corazón que escuche, para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal (1Re 3,9). Y Dios obró conforme a lo que pidió el joven rey Salomón, le concedió un corazón sabio e inteligente… “De manera que no ha habido nadie como tú antes de ti, ni habrá nadie como tú después de ti (1Re 3,10-12). Por tanto, el fruto de un corazón que escuche a su pueblo, es la capacidad de discernimiento y de juicio. Y juzgar incluye aquí gobernar a favor del bien común, de la justicia y del desarrollo equitativo de los ciudadanos.
Todo el que tiene responsabilidad social y religiosa, debe pedir al Señor el don de la sabiduría. Cuando no se ha tenido experiencia se puede pensar que es muy fácil gobernar, pero cuando se llega al trono, se cae en la cuenta, que en múltiples ocasiones se complica. No basta tener un buen corazón, capacidad, y buenas intenciones. El hombre bajo cualquier gobierno será siempre el mismo, con las mismas pasiones y debilidades.
Se trazan las políticas sociales y económicas. Se concibe el proyecto, se prepara, y se ejecuta. Si el proyecto es bueno, esta llamado a crecer, de lo contrario, morirá en el camino.
Cuando los intereses personales se cuelan en el espectro político y social, lo contamina todo. “La perversión y la corrupción se disfrazan, casi siempre; por eso la ambigüedad no me gusta, ni confío en ella” (John Wayne).
El individualismo, mezclado con una alta dosis de egoísmo, es capaz de torcer cualquier buena intención. Tenemos que luchar para que con el auxilio de Dios, lo torcido se enderece, la belleza de la honestidad vuelva a brillar, y desterremos con firmeza, todo virus perverso que afecte el cuerpo social.” La virtud resplandece en las desgracias” (Aristóteles).
Conocemos a muchos hombres y mujeres que se han quedado a mitad de camino en la lucha por la libertad, la participación, y la democracia, bien porque en ese momento pudo más el puño ensangrentado del poderoso irracional, o porque, uno de los suyos los traicionó. Jackson Bromn, afirmaba: “Defiende tus principios, aunque tengas que hacerlo solo”, y el filósofo Platón, añadía: “La virtud, es una especie de salud, de belleza y de buenas costumbres del alma”.
Los grandes sacrificios de algunos, son semillas que geminan en el tiempo, y nunca pierden su memoria. El pueblo tiene derecho a reclamar a quienes les gobiernan que cumplan sus deberes, y todo el que gobierna debe pedir al Señor, como Salomón, un corazón que escuche, sabio, e inteligente. Es de sabio cambiar de opinión; y de tonto aferrarse.
El autor es, Juez del Tribunal Eclesiástico
Deja un comentario