Juan el Bautista, es la segunda figura protagónica del tiempo de Adviento. Por ser el precursor de Cristo, conviene detenernos sobre algunos rasgos de su talante profético.
Es interesante como obra los designios de Dios en la vida de los que creen en Él. Juan nace de un vientre que tardó mucho en ser fecundado. Isabel, era estéril, esposa de Zacarías y ambos de edad avanzada. La ilusión de la llegada de un hijo se había tornado, casi imposible.
El profeta Isaías ya lo había preconizado, cuando había dicho: “Una voz grita en el desierto, preparen un camino al Señor…” (Is 40,3). Zacarías, ya había “tirado la toalla”, en el sentido de que había perdido la esperanza de que su esposa, prima de la Virgen María, le diese un hijo.
En esa etapa del matrimonio de Isabel y Zacarías, habían entendido que el deseado hijo no estaba en los planes del Dios de Israel (Cf Lc 1,7-9). Zacarías es un hombre de fe y de oración perseverante. Y es precisamente en el templo donde Dios se le revela, a este hombre de la clase sacerdotal de Abdías.
Tanto Zacarías como Isabel eran justos a los ojos de Dios y seguían en forma irreprochable todos los mandamientos y preceptos del Señor. Mientras Zacarías ejercía la función sacerdotal delante de Dios, y le tocó el turno de entrar al santuario para quemar incienso.
El Ángel Gabriel se le apareció anunciándole que su esposa Isabel tendría un hijo que lo pondrá por nombre Juan, garantizándole que su hijo será un gran servidor del Señor.
Abrirá el camino al Señor, reconciliará padres e hijos. Zacarías dudó del poder de Dios, y entonces quedó mudo hasta el día del nacimiento de su hijo (Cf. Lc 1,5-20).
Juan se dedicó a la penitencia y a la oración. Vestía sencillo con piel de camello y como alimento: langosta y miel silvestre. Su máxima preocupación fue la construcción del reino de Dios.
El se consideraba solo la voz que grita en el desierto (…) vino a preparar los caminos al Señor. Jesús es bautizado en el río Jordán por Juan el Bautista (Mt 3,13-15).
Su bautismo movía al arrepentimiento, pero sostenía detrás viene uno con más autoridad que él, y no sentía digno de agacharse para desatar la correa de las sandalias del Maestro (Mc 1,). Juan se puso en su lugar, de ahí que cuando Jesús inicia su ministerio público llegó a decir: “Conviene que él crezca y que yo disminuya”. Lo señaló como el cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Dado el testimonio de su primo Juan, el mismo Jesús lo alaba diciendo: “Les aseguro, de los nacidos de mujer no ha surgido aún alguien mayor que Juan el Bautista” (Mt 11, 11). Juan no tenía “pelos en la lengua” para hablar la verdad.
Encontró resistencia, en lo que se puede decir, su último recorrido en el anuncio gozoso de la Palabra de Dios. El valiente hijo de Zacarías le dice al Rey Herodes Antipas que no estaba correcto vivir con la mujer de su hermano.
Esta mujer adúltera se sintió humillada, y aprovechó la ocasión cuando en una fiesta su hija Salomé danzó para el Rey, y este, excesivamente embriagado, le dijo que pidiera lo que quisiera. La joven caprichosa, le pide a instancia de su madre Herodías, la cabeza de Juan el Bautista. Herodes le mandó a decapitar, y después su cabeza fue ofrecida en una bandeja de plata.
El papa emérito Benedicto XVI, nos dice que Juan el Bautista testimonia con su sangre su fidelidad a los mandamientos de Dios. Y el papa Francisco concluye diciendo que la vocación más grande de los profetas es: preparar, discernir y disminuir.
Que Cristo oriente nuestros pensamientos y nuestras acciones, y que nuestra existencia se fundamente en la oración fiel, constante y perseverante..’
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