Los alumnos conocían bien a su profe. Era un hombre justo y comprensivo, maestro por elección: esa era su auténtica vocación. Vivía entregado de lleno a su diaria faena, con un gran sentido de compromiso frente a sus alumnos: serio pero amable, estricto pero acogedor.
En aquel final de año escolar, organizaba el maestro algunos papeles en su escritorio. Se le acercó uno de sus alumnos y desafiantemente le dijo: “Me alegro haber terminado esta clase para no tener que continuar escuchando sus tonterías ni seguirle viendo ese cara tan aburrida.”
Así no más. Con semblante arrogante, erguido, el joven esperaba que el maestro reaccionara ofendido y descontrolado.
Tranquilamente, sin embargo, el profesor miró al alumno por apenas un instante, y con gran paz le preguntó: “Cuando alguien te ofrece algo que no quieres, ¿lo recibes?”
La pregunta cogió al alumno totalmente desprevenido, y desconcertado, contestó rápidamente: “¡Por supuesto que no!”, en un tono claramente despectivo.
“Bueno –prosiguió el profesor—cuando alguien intenta ofenderme, o me dice algo desagradable, realmente lo que está haciendo es ofreciéndome algo, en este caso, un sentimiento de rabia y rencor, que yo puedo decidir no aceptar.”
“No entiendo”, contestó el alumno completamente confundido.
“Muy sencillo” dijo el maestro. “Tú me estás ofreciendo lo que llevas dentro de ti, rabia y desprecio. Si yo reaccionara ofendido o me pongo furioso, estaría aceptando tu regalo y yo, mi querido amigo, te diré que prefiero regalarme mi propia serenidad.” Y añadió en tono gentil y cariñoso: “Tu rabia pasará, estoy seguro de eso, pero no trates de dejarla conmigo, porque no me interesa.”
Y así caemos en la gran conclusión que tantas veces se nos escapa: uno no puede controlar lo que el otro lleva en su corazón, pero de cada quien depende lo que cargue en su propio corazón.
Cada día tú puedes escoger las emociones, los sentimientos que quieras albergar en tu corazón, y lo que elijas permanecerá ahí hasta que decidas cambiarlo. Dios, al regalarnos el libre albedrío, nos otorga la libertad de escoger si amargarnos o ser felices.
Asimismo con tantas otras decisiones que debemos tomar en la vida. Cuentan de un sabio que vio como un alacrán se estaba ahogando. Decidió sacarlo del agua, pero cuando lo hizo, el alacrán lo picó. El profundo dolor de la picada lo obligó a soltarlo y el animal cayó al agua, empezando de nuevo a ahogarse.
El buen hombre intentó sacarlo otra vez, y otra vez el animal lo picó.
Alguien que observaba la escena, se acercó al sabio y le dijo: “Perdone, pero usted si es terco. ¿No entiende que cada vez que trate de sacarlo del agua, el alacrán lo picará?”
Respondió el sabio: “La naturaleza del alacrán es picar y eso no va a cambiar la mía, que es ayudar.” Y entonces, tranquilamente, sirviéndose de una hoja, sacó al animalito del agua y le salvó la vida.
Maestros sabios, lecciones sabias. Ojala nosotros los alumnos las pusiéramos en práctica.
Bendiciones y paz.
Este cuento aparece publicado en la página 121 de mi libro “La Mariposa Azul y los Regalos de Dios – Historias y cuentos para sanar tu corazón”. Disponible en Librerías Paulinas, La Sirena y Librería Cuesta.
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