“Nosotros esperábamos que él sería el libertador de Israel, pero a todo esto van dos días que sucedieron estas cosas.” (Lc 24,21)
Una buena cosecha requiere buena semilla, buen abono, riego constante. El cultivador no permanece impaciente frente a su siembra gritándole: “¡Crece, no me hagas perder tiempo!”.
Con el bambú japonés, siembras la semilla, la abonas, la riegas. Pasan años y nada. En los primeros siete años cualquier inexperto pensaría que ha comprado semillas infértiles. Luego del séptimo año, en seis semanas, crece más de treinta metros.
¿Tardó tan sólo seis semanas en crecer? No. Tomó siete años y seis semanas. La planta fue generando un sistema de raíces que eventualmente le permitiría sostenerse.
Nosotros queremos soluciones rápidas, sin entender que el éxito resulta del crecimiento interno, y éste requiere tiempo. Hoy vamos al Retiro y creemos que con eso basta.
Muchos que aspiran a obtener algo rápidamente abandonan el empeño, justo cuando ya estaban conquistando la meta. Triunfan los perseverantes y coherentes.
Frecuentemente enfrentamos situaciones y creemos que nada está sucediendo y nos frustramos.
Recordemos entonces el caso del bambú japonés. Mientras no bajemos los brazos ni abandonemos la faena por no “ver” resultados, podemos estar seguros que estamos creciendo.
Los que no se dan por vencidos van creando los hábitos que les permitirán mantener el éxito cuando se materialice, porque triunfar lleva tiempo y dedicación, exige aprender nuevos hábitos y descartar otros. Exige cambios, acción y mucha paciencia. Exige tiempo, y no nos gusta esperar.
Decía Santo Tomás de Aquino que “es mejor andar por el camino, aunque sea cojeando, que correr fuera de él.” Y el Santo Papa Juan Pablo II afirmaba que “toda fidelidad debe pasar por la prueba más exigente: la duración… Es fácil ser coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente a la hora del triunfo, difícil serlo en la hora de la tribulación. Y sólo puede llamarse fidelidad una coherencia que dura a lo largo de toda la vida.”
¡Cuán poco ejercitamos la paciencia en este mundo agitado en que vivimos! Apuramos a nuestros hijos en su crecimiento, apuramos al chofer del taxi… nosotros mismos hacemos las cosas apurados, no se sabe bien por qué… Perdemos la fe cuando los resultados no se dan en el plazo que esperábamos, abandonamos nuestros sueños, nos generamos patologías que provienen de la ansiedad, del estrés…
La impaciencia es la toxina que envenena el alma. Nos olvidamos de ir a la fuente de la Sabiduría.
Siendo fieles y perseverantes nos asemejamos a Dios, que es “Dios de lealtad, rico en amor y fidelidad, fiel en todas sus palabras, y su fidelidad permanece para siempre. Quienes le son fieles le agradan, y el varón fiel será muy alabado. El que sea fiel hasta la muerte, recibirá la corona de la vida.”
Recordemos que Jesús nos habla con frecuencia de la fidelidad a lo largo del Evangelio: nos pone como ejemplo al siervo fiel y prudente, al criado bueno y leal en lo pequeño, al administrador fiel… Recordemos que la idea de la perseverancia, de la fidelidad, penetró tan profundo en los primeros tiempos de la fe cristiana, que el título de “fieles” bastó para designar a los discípulos de Cristo.
Entonces… a poner en práctica lo del bambú japonés… Debemos invertir tiempo en echar raíces profundas antes de querer volar como águilas por lo alto de los cielos.
Bendiciones y paz.
Este cuento aparece publicado en la página 47 de mi libro “¡Descúbrete! Historias y cuentos para ser feliz”. Disponible en Librería Cuesta y La Sirena.
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